La sonrisa Etrusca. José Luis Sampedro.
En un día como hoy
amanezco sin susurros, ni pelos enmarañados, sin ojos del amanecer, sin la cara
planchada, ni almohada doblada.
En un día como hoy amanezco sin regalos, ni un
sol con serpentinas al atravesar las cortinas, sin olor a chocolate caliente,
ni pan quemado.
En un día como hoy amanezco sin un beso arrugado,
ni ojos brillantes con montura cabalgando por mi rostro, sin una voz poderosa
confundiendo mi nombre.
Recuerdo soñar que
soñaba en aquella cama, protegido por un escudo de mantas, en el sonido de la
sirena que me obligaba a mirar una pizarra, al abrir los ojos veía que en lugar
de pizarra, un armazón de madera, con tiradores de bronce, la sustituía, y quien
atravesaba la puerta era una sonrisa tierna, de dientes con muletas y caminar
lento, desacompasado, con gorro de carne y bufanda blanca sobre las orejas.
Recuerdo el calor del brasero, en el sofá
central, desayunar entre las dos columnas quebradas de Hércules, mi tazón de
leche endulzada en el infierno. La mancha en la camisa al sorber el pan sopado,
la servilleta temblorosa en mi mejilla y el beso que lo acompasaba.
Recuerdo que caminar de la mano era caminar
protegido, que la ciudad era grande, que al pasear me cruzaba con gigantes,
pero no tenía miedo, me acompañaba don Quijote.
A lomos de su caballo carrozado
nos aventurábamos en el mercado viejo, de carritos de mano y voces anunciadoras
de la frescura de la huerta; nos trasladábamos al mercado nuevo, de carros con
monedas, de voces y huertos enlatados.
Nos aventurábamos en el campo y aplastaba con mis
pequeños pies los terrones de tierra, lanzaba aceitunas al río, observaba los
lienzos de paisajes en óleo, olía a la madera cortada, al portal de belén
adornado con musgo y cortezas de olivo.
Al llegar el medio día regresábamos a lomos de un
Rocinante de fiesta con tos y humo de carbonero. Nos recibía una sonrisa
perfecta, de perlas desfilando en correcta armonía, de hilos de oro en
estudiada conjunción y manos bienolientes de jabón perfumado en rosas.
Vuelta al sofá central,
vuelta a ser flanqueado por dos leones envejecidos, vuelta al plato hirviente,
albóndigas infernales de sabor celestial. Mi estómago me adormece, las manos
perfumadas me acurrucan y los labios agrietados me bendicen.
En un día como hoy
quisiera amanecer soñando que soñé que aquel recuerdo puedo revivirlo, que en
algún momento en el día de hoy tendré como regalo aquellos aromas, aquel calor,
el sentimiento de protección, el sonido de su compañía, los diferentes tactos
de sus caricias, besos y sus voces tratando de nombrarme.
En un día como hoy no necesito más regalo,
compañía, música ni alegría que la generada al cerrar los ojos y trasladarme a
aquel momento, así como sentarme a escribir y después leer la transcripción de
la vida compartida con mis Abuelos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario