miércoles, 15 de febrero de 2017

El amor al amanecer

"Eso, así, ¿ves como aprendes?  Así, a golpes y a caricias... así somos los hombres: duros y amantes... ¿sabes lo que repetía el Torlonio? Esto: La mejor vida, Bruno, andar a cuchilladas por una hembra"
                                                                                                 La sonrisa Etrusca. José Luis Sampedro.

   
      En un día como hoy amanezco sin susurros, ni pelos enmarañados, sin ojos del amanecer, sin la cara planchada, ni almohada doblada.
En un día como hoy amanezco sin regalos, ni un sol con serpentinas al atravesar las cortinas, sin olor a chocolate caliente, ni pan quemado.
En un día como hoy amanezco sin un beso arrugado, ni ojos brillantes con montura cabalgando por mi rostro, sin una voz poderosa confundiendo mi nombre.

     Recuerdo soñar que soñaba en aquella cama, protegido por un escudo de mantas, en el sonido de la sirena que me obligaba a mirar una pizarra, al abrir los ojos veía que en lugar de pizarra, un armazón de madera, con tiradores de bronce, la sustituía, y quien atravesaba la puerta era una sonrisa tierna, de dientes con muletas y caminar lento, desacompasado, con gorro de carne y bufanda blanca sobre las orejas.
Recuerdo el calor del brasero, en el sofá central, desayunar entre las dos columnas quebradas de Hércules, mi tazón de leche endulzada en el infierno. La mancha en la camisa al sorber el pan sopado, la servilleta temblorosa en mi mejilla y el beso que lo acompasaba.
Recuerdo que caminar de la mano era caminar protegido, que la ciudad era grande, que al pasear me cruzaba con gigantes, pero no tenía miedo, me acompañaba don Quijote. 

     A lomos de su caballo carrozado nos aventurábamos en el mercado viejo, de carritos de mano y voces anunciadoras de la frescura de la huerta; nos trasladábamos al mercado nuevo, de carros con monedas, de voces y huertos enlatados. 
Nos aventurábamos en el campo y aplastaba con mis pequeños pies los terrones de tierra, lanzaba aceitunas al río, observaba los lienzos de paisajes en óleo, olía a la madera cortada, al portal de belén adornado con musgo y cortezas de olivo.
Al llegar el medio día regresábamos a lomos de un Rocinante de fiesta con tos y humo de carbonero. Nos recibía una sonrisa perfecta, de perlas desfilando en correcta armonía, de hilos de oro en estudiada conjunción y manos bienolientes de jabón perfumado en rosas.

     Vuelta al sofá central, vuelta a ser flanqueado por dos leones envejecidos, vuelta al plato hirviente, albóndigas infernales de sabor celestial. Mi estómago me adormece, las manos perfumadas me acurrucan y los labios agrietados me bendicen.

     En un día como hoy quisiera amanecer soñando que soñé que aquel recuerdo puedo revivirlo, que en algún momento en el día de hoy tendré como regalo aquellos aromas, aquel calor, el sentimiento de protección, el sonido de su compañía, los diferentes tactos de sus caricias, besos y sus voces tratando de nombrarme.
En un día como hoy no necesito más regalo, compañía, música ni alegría que la generada al cerrar los ojos y trasladarme a aquel momento, así como sentarme a escribir y después leer la transcripción de la vida compartida con mis Abuelos.

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