lunes, 18 de julio de 2011

AGÍTESE ANTES DE USAR


         Estoy comiendo techo, tumbado sobre la cama, con la persiana casi bajada por completo, el aire acondicionado a 24 grados y el ordenador postrado a mi derecha emitiendo un documental en inglés, subtitulado, que me recuerda las mentiras de este mundo hipotecado hasta en los callos.

         No para de sonar la misma canción en mi cabeza:”Tú tienes la ranura, yo tengo la moneda…chin, chinchinchin, chinchinchin…”, que horror… ¿En qué momento alguien entró en un bucle y comenzó a desvariar musicalmente ayer?. Y venga, que te agarro de la cintura, que te revoleo para un lado, para el otro, la manguera escupiendo el agua de la comunidad en el punto justo de temperatura, y los cócteles siendo ingeridos sin control.
Uf, ¡que dolor de cabeza!. No se que me martillea más, si mis malos recuerdos o el exceso de azúcar metabolizándose con el alcohol en mi estómago, mis riñones, mi hígado y mis pulmones (mira que “anatomopareado” me ha salido). Y ni decir de las fotos… mientras el vino de la comida te encumbraba, cual adonis esculpido en mármol renacentista, las fotografías te desnudan al  aprendiz de “guiri”, enrojecido, por el sol y el alcohol, henchido o hinchado (sin florituras) en los mofletes cual hámster que acumula alimento para el futuro.

         Puf, el móvil, mi madre… ¿qué le digo…?, luego la llamo. “chin, chinchinchin…”, jajaja, que canción más absurda. La verdad que lo pasamos muy bien, aunque no recuerdo por qué me ausenté en un par de ocasiones de la fiesta, seguro que me entró el bajón. Es difícil mantener la estoicidad de imparcialidad cuando la mente te está pidiendo otra cosa, pero creo, y espero, recordar que dí la talla. Hubo una sonrisa que de vez en cuando me pedía el delito lujurioso de cerrarla, pero hubiese sido como el adolescente que se fuma su primer porro y cree ver elefantes balancearse sobre la tela de una araña y pretende empujarlos con su manecita, posándose ésta, en realidad, sobre las posaderas ancianas de dos “abuelitas” que están comentando la telenovela del medio día, es decir, un suicidio…
¡Cómo me duele la cabeza, me va a estallar…! y hay una vecina que lleva un a hora pasando el aspirador, que ruido más insoportable, ¿cuándo parará?.

¡Joder!, me estoy acordando de los comentarios de ayer a la novia de aquel chaval… si es que vas de listo por la vida y no paras de meter la pata… anda que mentarle a la gente de Linares que son tan emprendedores como los que montaron una fábrica de paraguas en Almería… menuda mirada me echó, y con lo de “sesador de pollos”, sabiendo que ella tiene una granja de gallinas y su familia son “los hueveros”, y tú dale que te dale con la imitación de Gracita Morales que se queda embarazada por el huevero, interpretado por Alfredo landa. Madre mía, me acuerdo de esto y me acrecienta el dolor de cabeza. Aunque no estuvo del todo mal, cuando sacaste a bailar a la otra chica y la revoleaste por todo el pub al ritmo del “tractor amarillo”, y tú a lo Jhon Travolta, de nuevo el efecto nocivo del alcohol, te ves con la fuerza, el ritmo y la coordinación suficiente para transportar grácilmente a la delicada muchacha, y realmente lo que estás es fregando el suelo con su pelo, mientras uno de sus brazos lo agita con vigor pidiendo auxilio y una pierna suya se apoya en uno de tus mofletes, a punto de estallarte las pipas por dentro. No puede ser, sí, eso también lo hice…

Ojala me encontrase postrado una temporadita en esta cama sin contactar con el mundo. Entre el calor, el dolor de cabeza y los recuerdos del día anterior… el ridículo más soberano junto a la inestabilidad social más latente hacen que me vea recogiendo mi autoestima con un badil. Y los mensajes…ni releerlos. La próxima vez dejo el Iphone en el piso y salgo de marcha con un Nokia de los de 2 kilos de peso. Menudo aprendiz de Gloria Fuertes con dislexia y de Sánchez Dragó con diarrea estoy hecho, y ¿esto se lo publiqué en su muro a la muchacha?, normal que no haya tardado ni un segundo en mandarme un mensaje al teléfono postrándose loca por mi al leer lo siguiente: “con los dedos de las manos y los dedos de los pies, los cojones y la poll… todos suman veintitrés…”.

¡Dios!, este ateo te invoca para que uses un dedo que lo fulmine de inmediato. Menudo día me espera de recibir mensajes a consecuencia de lo que ayer acaeció, al menos de lo que llego a recordar, que de seguro, serán más las escenas de mi interpretación de ayer… Estoy por ahogarme con espuma de afeitar, si pudiera llenarme la boca de la espesura de la crema de afeitar y rápidamente desaparecer… joder, ¿lo pruebo a ver?, total lo más que puede pasar es que salga escupiendo por el pasillo. A ver, dice: “Agítese antes de usar”, si hombre, estoy yo para vaivenes con el brazo, que, encima ni para un alivio del luto me encuentro, imposible autocomplacer al “señor calvo” que aún está intentando recuperrarse del intento, del anterior Travolta, de dar vueltas con la chica enganchada a través de sus tirantes a los dientes de mi bragueta, el intento fue fútil pero el cabezazo ni te cuento…

miércoles, 13 de julio de 2011

PENSAMIENTO INTUITIVO


         A veces tengo la sensación de estar equivocándome en cada paso que doy. Ciertamente, el trato con las personas, es la actividad más complicada que desarrollamos a diario en todos nuestros ámbitos, ya sea profesional, familiar, personal, sentimental, social, y hasta incluso el cruce de miradas evaluadoras de quienes nos cruzamos (a veces dejamos la cabeza agachada, y otras sostenemos “chulescamente” la mirada, todo es en función de quien nos distraiga la vista).
Es difícil contentar a todo el mundo que te rodea, a los compañeros de trabajo, a tus amigos (hay que cultivarlos), a tu familia (quién no discute con una madre, más que con un padre, sobre “cuando vas a venir a vernos”, hay quien dice que ‘hay que cuidar bien a los hijos, pues ellos serán quienes elegirán tu residencia de retiro el día de mañana…’), mantener a tu pareja con el equilibrio suficiente para no pasar del polvo al barro, y hasta incluso, hay que saber como actuar con quien no espera que desarrolles una acción más allá de lo predecible.

         Enamorarse, ¿es una acción?, NO, pero… tratar el enamoramiento, o cómo actuar para no descubrirte antes de tiempo… SÍ. Dicho así parece que uno debe realizar una serie de artimañas, para embaucar al afectado de los caprichos cerebro-cardiovasculares, que fluyen, mitad del hipocampo, mitad del dedo índice en la mano de un manco, sí, de la soledad, y de estos artificios obtener la respuesta inmediata esperada.

         ¿Quién controla el qué?, ¿qué decide a quién?. Lo rutinario es que lo fácil de conseguir, lo sencillo de obtener en un corto espacio de tiempo, sea lo que previsiblemente cubra nuestras expectativas primarias. Lo difícil constituye el reto diario al que queremos enfrentarnos, para que nuestro subconsciente tenga un tiovivo en el que entretenerse, como el dueño de los coches de choque que se paseaba con toda chulería de un coche a otro mientras tú comías goma por la gracia del más tonto de tu pueblo que cumplía años en la feria y disponía de más fichas para hacerse el amo de la pista. Del mismo modo, cuando salimos a la calle, y no sé si es un caso particular, deseas convertirte en el maduro del “Último tango en París”, conservando la tripita que Marlon Brando lucía en ella a los cuarenta y diez, y que uno luce a los “veintionce”, con la soltura de un militar al que le pasan revista. No quiero referirme a que un “asaltacunas” invada mi psiquis cuando los renacuajos pisan el asfalto, sino que, inexplicablemente, sientes el deseo irrefrenable de vivir tocando un Bandoneón a dejarte la sesera sobre una mesa y un ordenador.
         Y, ¿a qué responde que uno se equivoque mil veces mil sin escarmentar?, o, ¿por qué cayendo sucesivamente en la frustración, de la expectativa descubierta, se sigue creyendo en la consecución de lo imposible?. No se trata  de reinventar una bombilla, o de volver “ateo al Opus Dei”, pero siento que existe un pensamiento intuitivo, de que vas a descalabrarte al final de una carretera inexistente, que provoca una excitación tan sublime, que no quisiera salir de esta vida sin experimentar, cada cierto tiempo, el sabor de un muro de hormigón sobre mis narices. Saberme victima de mí mismo al no enfriar mi mente cuando el alma se caldea más de la cuenta es como decir: “Pero qué delicioso es tomarse un Brownie mientras te quemas la lengua con el chocolate hirviendo…”.

sábado, 9 de julio de 2011

Tumbada en la arena



         La brisa marina se desplaza suavemente por la piel bronceada. Recorre las curvas de su cuerpo acariciándolo delicadamente como yemas de dedos tratando de descubrir cada rinconcito oculto de su piel.
De sus poros emana el aroma dulce a coco de la loción corporal y la convierte en un pastelito apetitoso, el cual, no se puede catar…

         Tumbada, boca abajo, aprieta el panameño sobre su cabeza, evitando que la brisa le prive de la sombra que le ofrece el papel trenzado de ala ancha. Sus ojos encienden la luz marina de su mirada, y ofrece destellos sensuales al parpadear. El contoneo de sus voluminosas pestañas, repetidamente, provoca la inmersión, de quien la mira, en un caleidoscopio de minerales verde agua y ámbar que hipnotiza, enmudece y sólo invita a la observación perpetua.

          El pliegue de sus labios, carnosos, rosados, es humedecido lentamente con la lengua como saboreando la cremosidad de un helado de vainilla. Sonríe, y una sucesión de perlitas dispuestas en hilera frena el ímpetu del observador por apurar el helado. A cambio de ese revés, ella le permite desplazar levemente, haciendo círculos místicos, sobre su espalda, los dedos, escribiendo, una y otra vez, su nombre en letras de caligrafía infantil.

         Su pelo anaranjado, como hojas de castaño en otoño, le cubre una frente estrechita, que oculta el más preciado tesoro de ese instante. Sus ojos silenciados y su boca sellada, no invitan a describir más allá de lo que el observador puede percibir por los sentidos, pero se muere por conocer lo más preciado de lo que frente a él palpita, saber quién es ella…

martes, 10 de mayo de 2011

Notas desde un tren



         Los tubos de aluminio de colores se reflejaban sobre sus ojos. A través del escaparate unos morritos apoyados en el cristal generaban vaho que difuminaba en la opacidad el brillo de aquellas estructuras metálicas que colgaban de las paredes. De manera pausada, las lágrimas emanaban de sus ojos, acumulándose entre el cristal y los mofletes apretados junto a él. Sus ojos estaban hipnotizados mirando los radios de las ruedas entrelazados con el movimiento circular de las ruedas estancas, pero su mirada se encontraba ausente, no atendía más allá de las espirales generadas en su retina al observar las trayectorias inacabas de los biciclos.

         Su padre se acercó, le acarició el pelo en un gesto cariñoso de despeinarlo, y le buscó su mano para invitarlo a que lo acompañara al interior de la tienda. Manolito, resignado, agachó la cabeza y de la mano de su padre entró por la puerta de cristal hasta el interior de aquel paraíso que cualquier niño espera con ansiedad para conseguir el regalo por las buenas notas de fin de curso. Con doce años, la libertad de las dos ruedas comienza ha hacerse patente en las mentes virginales e inocentes, que sueñan con conseguir hacer algo fuera del campo de acción de sus padres.

         El padre miraba a Manolito y no entendía el por qué de sus sollozos…el niño estaba delante de cientos de bicicletas distintas, de múltiples colores, diseños, complementos, ¡podía escoger la que quisiera! Sin embargo, el llanto del niño se acrecentaba aún más conforme el padre insistía en que eligiera. De repente, Manolito salió corriendo de entre la gente, se esfumó del local y se sentó en la calle, como esperando que algo mágico fuese a suceder, como si existiera una oportunidad de aplacar su tristeza, miraba a su alrededor como si de la nada surgiera aquello que tanto deseaba.
La gente pasaba a su lado observando los mofletes enrojecidos de Manolito, los ojos vidriosos, el pelo despeinado, y los moquillos aderezando sus labios. En el instante en el que Manolito estaba calmándose, y su lengua había limpiado sus morrillos de la suculenta merienda, su padre se incorporó a su lado, preguntándole por su aflicción. 

-Pero hijo, ¿por qué lloras?, ¿no quieres la bicicleta?
-Es que no quiero ninguna de esas, quiero “mi bicicleta”…
-Pero, tu bicicleta ya no está, no la tienes, se perdió. Aunque, ¡fíjate cuantas bicicletas hay en esta tienda!
-Ya, pero es que yo quiero mi bicicleta, ¡la de siempre! Con ella aprendí a montar, exploré los caminos por los que ahora paseo, me sentí libre por primera vez sin que tuviera que llevarme nadie. Jugaba a vaqueros imaginando que era mi caballo, simulaba que en cada paseo me encontraba en una etapa de competición ciclista, soñaba con que en las bajadas, al soltar los pedales, montaba en mi primera moto. Todo eso y más cosas descubrí con mí “bici”. Por eso quiero mi bicicleta Papá, no quiero otra bicicleta, quiero mí bicicleta…
-Hijo mío, siento mucho que estés así de triste por su pérdida. En esta vida debes ir acostumbrándote a cambiar de bicicleta de vez en cuando, y que dicho cambio sea cada vez menos traumático. Cambiarás de amigos, de pareja, de trabajo, perderás la seguridad que cada uno de ellos te ha transmitido, sentirás vacío, te sentirás solo, confundido con cada perdida, con cada cambio y deberás tomártelo siempre como una renovación, sentirte que creces y te enriqueces en cada experiencia parecida a la que sufres ahora. Hijo mío, empiezas a crecer y a darte cuenta que esto es sólo el principio de un largo episodio que, ante todo, disfrutarás, aunque bien es cierto que la primera bicicleta será la que no olvidarás jamás…

jueves, 10 de marzo de 2011

Un cojo nunca olvida sus muletas

Mi salida del trabajo resulta un tanto suigéneris: una catedral gótica de piedra recién lavada, ausencia de humo y vehículos que te permiten adueñarte del ancho de la calle, senderos de chanclas con pies blanquísimos (y amarillos también, de albero, y no japonés), decenas de muchachas provocando el colapso pulmonar, en un intento de respirar y a la vez silbar, al contonearse mientras pasan por tu lado (se que puede resultar sexista, o no, a veces censuramos lo menos impúdico y ensalzamos al más “chévere pútere”), turistas asalmonados tendentes al melanoma y estereotipos de postal andaluza deambulando con una ramita de romero en la mano o una guitarra entre los brazos, ambos vociferando lo mismo, “¡mi arma, que Dios te bendiga!”. Que te bendiga a ti si es que existe, ya que lo mencionas, que sólo parece acordarse de los desdichados cuando de otro depende la cesión de la moneda que abrirá el próximo cartón de vino “peleón” (es lo que tiene la religión, se acuerda de la caridad sólo si viene acompañada de dinero, lo demás no puede considerarse limosna).
En este peculiar marco me he detenido este medio día, y días anteriores a este, en una tos constante, de baja intensidad y lengua fuera. Al principio creí que se trataba de otro títere que ha despreciado el estandarizado y putrefacto sistema, que sale a la calle a beber frío y comer miradas sorprendidas y lastimeras, con un bombín en la cabeza, una camiseta de rayas horizontales negras y rosas, pantalón negro ceñido y botas, cuatro números más grades, sin abrochar. Apoyado en un paraguas, como bastón, y con la otra sosteniendo un cigarrillo casi consumido, los turistas de mirada cegada retrataban con sus “canon” de dos mil yenes la ilustre imagen de aquel desgraciado que se ahogaba fumando boquillas de cigarros. No era ningún espectáculo, al menos el del pobre Charlot desaliñado, pero se le trataba igual.

            Continúo paseando, bordeando el ilustre edificio de culto y oraciones, esquivando las naranjas caídas en el suelo, no por madurez, sino porque toca hacer la limpieza de los árboles, el fruto inmaduro y abundante estorba en el lecho de su nodriza y hay que quitarlo, para que los retratos, las postales, las instantáneas de ortopedia luzcan mejor. Cientos de naranjas se amontonan, estrelladas en el suelo, mezclándose con las heces de los caballos y convirtiendo lo que viene a ser un agradable olor frutal, que augura la cercana primavera, en un perfume sólo superado por aquellos que se venden en botecitos diminutos y que tanto abundan cuando le ponemos bombillas a las calles para que iluminen la nieve nocturna. Dejo de lado el conjunto de arquerías que desplazan hacia una esquina desamparada el imponente campanario, de interior sin escaleras, y asciendo por una calle donde abundan las tabernas, de muros antiguos, empapeladas en rosa con líneas de purpurina dorada, de paella precocinada donde destacan en las paredes las fotos de los fundadores de aquellos lugares de alivio de desdichas, allá en sus orígenes. En la terraza de una de ellas escucho una voz rota e imagino la marca del tabaco que está fumando: acierto, DUCADOS, es inconfundible, afina la voz mientras, al hablar, se exhala su humo, pero la enrancia cuando una vez emitido el vapor de agua con el humo se vuelve a resecar la garganta. La voz transmite un inicio de quejío, de atreverse a callarse porque la docena de chatos de tinto no le permiten mezclar tres palabras con sentido y emite, a un camarero dominicano, al observar la imponencia de la mezquita transformada en tiovivo de rezos, un… que bien estructuradas están estas piedras… olé. Todo sea por decir: “de aquí no salgo porque no hay nada mejor en el  mundo”.

            Giro la calle ascendente a la izquierda, y es el aroma de cigarro puro mezclado con Loewe y glándulas sudoríparas en su plenitud de eyaculación el que me hace pasar por los locales, de cincuenta euros el pan, pegado a la pared. Hasta que a doscientos metros, a paso ligero, llego al portal de casa. Abro la puerta, con truco en la cerradura y exasperación con resoplido incluido, entro en el ascensor y llego al apartamento: al fin mi castillo, al fin mi morada. Me quito los pantalones en la misma puerta y la camisa viste el sofá. Voy para la cocina y abro una botella de vino que acompañe mi toque de violín sobre el Jabugo que un buen amigo me regaló. Fin de día perfecto, jamón y vino.

            Entonces el teléfono suena, “CONCHI” aparece en la pantalla, descuelgo:

-¿Qué tal niña?
-Hola Jaimito!!!!, ¿cómo estás?, ¿a que no sabes donde voy?
-Joder prima, no me digas que vienes hacia acá. Estoy muy liado, esta tarde tengo que trabajar y preparar una reunión para mañana.
-Noooo, tranquilo, voy camino de Madrid, es el cumpleaños de Manuel que viene esta noche de México a sus reuniones trimestrales de empresa. Me lo ha dicho por el “Facebook” y quiero darle una sorpresa!!!
-Prima, esas sorpresas… no sé yo… no me dan buena espina. ¿Cuanto hace que no habláis?, ¿cuatro meses?, plantarte allí de improviso es peligroso, Él puede tener otros planes y puedes incomodar o crear una situación un tanto embarazosa.
-Qué va… si estuvimos hablando por el “Skype” este último mes, y ¡¡superbien!! , hicimos incluso…cositas… ji,ji,ji.
-joder prima, con cuarenta y cinco años y haciendo tonterías por Internet… ya te vale… el divorcio no te está sentando tan bien como esperaba.
-¿No?, quizás a ti te va mejor, acostándote con esas jovencitas de las cuales luego ni te acuerdas del nombre hasta que no corriges sus exámenes.
-Mira nena, no te enciendas conmigo, y menos si vas conduciendo. Dime sólo que querías pedirme al decirme que subías a Madrid.
-Pues eso mismo que has dicho tú… evitar una situación embarazosa, llama a Manuel y pregúntale sutilmente a qué hora llega exactamente y qué planes tiene. Así puedo ir y darle esa sorpresa…
-Mira, no te prometo nada… lo llamaré, y si tengo noticias te llamo. Si en una hora no tienes noticias mías es que no lo he localizado.
-ok!!! Gracias primooo!!!, chaítooo, luego hablamos!!!.

            De repente una sensación de hastío me recorre mientras bebo un buen trago de vino de la copa. Comienzo a cortar jamón, pensando en lo qué le diré a Manuel cuando le llame para cubrir las expectativas de mi prima. Bebo el vino cual cura de comarca serrana habiendo consagrado cinco misas a sus espaldas. Mientras tanto no dejo de pensar en la sonrisa que me rechaza día tras día, y conforme acrecienta el estado etílico, mayor es la dulzura que interpreto en sus gestos, casi mudos, cada vez que le hago un comentario. Pienso en decirle mañana que es una alegría verla sonreír, que consigue hacerme resurgir de la nada cada vez que sus grandes ojos marrones me miran, que su tono de voz amansa mi ansiedad cuando trabajo, levanto el pie del acelerador y pienso en que no acabe de decir lo que tiene que transmitirme, como gasolina, para terminar la jornada laboral.
En ese sueño con quien ocupa mi mente en los ratos de irracionalidad y ebriedad alcohólica, suena de nuevo el teléfono, es Manuel.
-¿Manuel?, dime, ¿qué tal estás?. Había pensado en llamarte para saber por donde andas, ¡tenemos una cena pendiente tu y yo!- decía esto intentando desmarcarme de lo que seguro ya le había adelantado mi prima.
-si, bueno, pues bien, aterricé en España hace un par de días. Tenía pensado llamarte.
La voz con la que me hablaba parecía que quería salir de su garganta y confesarse de que Él también había visto revistas de desnudos con doce años. Menudo tembleque de tono tenía.
-Genial, a ver cuando haces hueco en tu agenda, que tengo un sitio nuevo que enseñarte para comer ese maravilloso lomo de buey que tanto te gusta.
-Bien, Jaime, bien. Te llamo en estos días.
-Por cierto Manuel, ¿Dónde te alojas en Madrid esta semana?. Me han dicho que han abierto unos cuantos hoteles los Roeis Meteos para blanquear “pasta”, pero que están muy bien, muy “cool”.
-este… estoy en el “Urban”, cerca del Congreso.
-ahm, bien, buena escolta en la puerta… lo conozco, aunque las habitaciones, con tanto modernismo minimalista… casi, por no tener, no tienen ni cama…
-Bueno Jaime, tengo que dejarte, ayy!, si, bueno, tengo que, joderrr!, dejarte!. Discúlpame, estaba intentando abrir una cerveza mientras hablaba contigo y me corte un dedo.
-si,si… tranquilo Manuel, lo entiendo, es lo más normal… ¡hablamos!, ¿ok?. Un abrazo fuerte, y recuerdos a mi prima, que seguro que hablas más con ella que yo…
-Ok, gracias Jaime, si, algo hablamos tu prima y yo, se los doy… un abrazo para ti.

            No hubo conversación más fría que la mantenida con éste tipo, cuya voz sonaba como si una cortadora de césped le ascendiera por los pantalones.
La botella traspasaba su líquido finamente por las paredes de la copa, a expensas de ser adquirido por un paladar ávido de sosiego, adormecido por la penumbra del deseo no cumplido, entristecido por la soledad del ruido no deseado: llámese llanto en la ducha, llámese lamento en el ascensor… pero siempre, en silencio, y a oscuras, como una copla de principios del veinte. Es el problema de doblar las campanas con cuarenta recién cumplidos, parece que has vivido todo lo que debías…

            En esta reflexión, suena de nuevo el teléfono, y es mi prima la emisora:
-¿Has hablado con Manuel?, ya se que me dijiste que no me llamarías si no tenías noticias, pero estoy tan excitada por verlo que quería compartirlo contigo.
-bueno, acabo, aunque no te lo creas, de hablar con Él. Efectivamente, acaba de llegar a Madrid y está muy cansado. Ha quedado a cenar con unos empresarios en el hotel Urban, pero no era claro que se alojara allí. Mejor que te pilles un hotel y mañana quedes con Él más tranquilamente.
-No, no. Esta noche nos vemos, ¡y gemimos lo que no lo hicimos en estos meses!. ¿Has dicho el Urban?, hummm, siempre se quedaba por la Latina, decía que le gustaba el ambiente castizo. Ya sabes, los ricos con ganas de sentirse pobres mientras beben…
-ya, si, en fin… bueno prima, hablamos. Ya me cuentas tu éxito en Madrid. Muchos besos y cuidado con el coche.
-vale primoooo, ¡¡¡voy súper emocionada!!!.

            Después de hablar con ella tan alegre, tan dichosa por ver a su amor, sólo me quedaba la opción de llamarlo y pedirle que se desprendiera de su plan de aquella noche, sino quería enfrentarse al mayor mal que su alma podía asumir, o seguir follándose a la que tenía entre las piernas. En fin, son caminos elegidos por cada uno.

A veces te apetece cruzar las vías del tren justo antes de pasar el AVE y otras eres cauto y mides los tiempos hasta que te sientes seguro de cruzar.
En cualquier caso, todos estamos disponibles, y debemos estar preparados para dar un salto o para dar un paso, de motus propio u obligados, hacia el camino que menos esperamos pisar. Unos viven el preciado presente y otros lo odian, otros viven el deseado futuro y unos odian el odiado futuro. En cualquier caso, nadie se olvida de regalar rosas blancas cuando debe, igual que nunca un cojo olvida sus muletas.