jueves, 10 de marzo de 2011

Un cojo nunca olvida sus muletas

Mi salida del trabajo resulta un tanto suigéneris: una catedral gótica de piedra recién lavada, ausencia de humo y vehículos que te permiten adueñarte del ancho de la calle, senderos de chanclas con pies blanquísimos (y amarillos también, de albero, y no japonés), decenas de muchachas provocando el colapso pulmonar, en un intento de respirar y a la vez silbar, al contonearse mientras pasan por tu lado (se que puede resultar sexista, o no, a veces censuramos lo menos impúdico y ensalzamos al más “chévere pútere”), turistas asalmonados tendentes al melanoma y estereotipos de postal andaluza deambulando con una ramita de romero en la mano o una guitarra entre los brazos, ambos vociferando lo mismo, “¡mi arma, que Dios te bendiga!”. Que te bendiga a ti si es que existe, ya que lo mencionas, que sólo parece acordarse de los desdichados cuando de otro depende la cesión de la moneda que abrirá el próximo cartón de vino “peleón” (es lo que tiene la religión, se acuerda de la caridad sólo si viene acompañada de dinero, lo demás no puede considerarse limosna).
En este peculiar marco me he detenido este medio día, y días anteriores a este, en una tos constante, de baja intensidad y lengua fuera. Al principio creí que se trataba de otro títere que ha despreciado el estandarizado y putrefacto sistema, que sale a la calle a beber frío y comer miradas sorprendidas y lastimeras, con un bombín en la cabeza, una camiseta de rayas horizontales negras y rosas, pantalón negro ceñido y botas, cuatro números más grades, sin abrochar. Apoyado en un paraguas, como bastón, y con la otra sosteniendo un cigarrillo casi consumido, los turistas de mirada cegada retrataban con sus “canon” de dos mil yenes la ilustre imagen de aquel desgraciado que se ahogaba fumando boquillas de cigarros. No era ningún espectáculo, al menos el del pobre Charlot desaliñado, pero se le trataba igual.

            Continúo paseando, bordeando el ilustre edificio de culto y oraciones, esquivando las naranjas caídas en el suelo, no por madurez, sino porque toca hacer la limpieza de los árboles, el fruto inmaduro y abundante estorba en el lecho de su nodriza y hay que quitarlo, para que los retratos, las postales, las instantáneas de ortopedia luzcan mejor. Cientos de naranjas se amontonan, estrelladas en el suelo, mezclándose con las heces de los caballos y convirtiendo lo que viene a ser un agradable olor frutal, que augura la cercana primavera, en un perfume sólo superado por aquellos que se venden en botecitos diminutos y que tanto abundan cuando le ponemos bombillas a las calles para que iluminen la nieve nocturna. Dejo de lado el conjunto de arquerías que desplazan hacia una esquina desamparada el imponente campanario, de interior sin escaleras, y asciendo por una calle donde abundan las tabernas, de muros antiguos, empapeladas en rosa con líneas de purpurina dorada, de paella precocinada donde destacan en las paredes las fotos de los fundadores de aquellos lugares de alivio de desdichas, allá en sus orígenes. En la terraza de una de ellas escucho una voz rota e imagino la marca del tabaco que está fumando: acierto, DUCADOS, es inconfundible, afina la voz mientras, al hablar, se exhala su humo, pero la enrancia cuando una vez emitido el vapor de agua con el humo se vuelve a resecar la garganta. La voz transmite un inicio de quejío, de atreverse a callarse porque la docena de chatos de tinto no le permiten mezclar tres palabras con sentido y emite, a un camarero dominicano, al observar la imponencia de la mezquita transformada en tiovivo de rezos, un… que bien estructuradas están estas piedras… olé. Todo sea por decir: “de aquí no salgo porque no hay nada mejor en el  mundo”.

            Giro la calle ascendente a la izquierda, y es el aroma de cigarro puro mezclado con Loewe y glándulas sudoríparas en su plenitud de eyaculación el que me hace pasar por los locales, de cincuenta euros el pan, pegado a la pared. Hasta que a doscientos metros, a paso ligero, llego al portal de casa. Abro la puerta, con truco en la cerradura y exasperación con resoplido incluido, entro en el ascensor y llego al apartamento: al fin mi castillo, al fin mi morada. Me quito los pantalones en la misma puerta y la camisa viste el sofá. Voy para la cocina y abro una botella de vino que acompañe mi toque de violín sobre el Jabugo que un buen amigo me regaló. Fin de día perfecto, jamón y vino.

            Entonces el teléfono suena, “CONCHI” aparece en la pantalla, descuelgo:

-¿Qué tal niña?
-Hola Jaimito!!!!, ¿cómo estás?, ¿a que no sabes donde voy?
-Joder prima, no me digas que vienes hacia acá. Estoy muy liado, esta tarde tengo que trabajar y preparar una reunión para mañana.
-Noooo, tranquilo, voy camino de Madrid, es el cumpleaños de Manuel que viene esta noche de México a sus reuniones trimestrales de empresa. Me lo ha dicho por el “Facebook” y quiero darle una sorpresa!!!
-Prima, esas sorpresas… no sé yo… no me dan buena espina. ¿Cuanto hace que no habláis?, ¿cuatro meses?, plantarte allí de improviso es peligroso, Él puede tener otros planes y puedes incomodar o crear una situación un tanto embarazosa.
-Qué va… si estuvimos hablando por el “Skype” este último mes, y ¡¡superbien!! , hicimos incluso…cositas… ji,ji,ji.
-joder prima, con cuarenta y cinco años y haciendo tonterías por Internet… ya te vale… el divorcio no te está sentando tan bien como esperaba.
-¿No?, quizás a ti te va mejor, acostándote con esas jovencitas de las cuales luego ni te acuerdas del nombre hasta que no corriges sus exámenes.
-Mira nena, no te enciendas conmigo, y menos si vas conduciendo. Dime sólo que querías pedirme al decirme que subías a Madrid.
-Pues eso mismo que has dicho tú… evitar una situación embarazosa, llama a Manuel y pregúntale sutilmente a qué hora llega exactamente y qué planes tiene. Así puedo ir y darle esa sorpresa…
-Mira, no te prometo nada… lo llamaré, y si tengo noticias te llamo. Si en una hora no tienes noticias mías es que no lo he localizado.
-ok!!! Gracias primooo!!!, chaítooo, luego hablamos!!!.

            De repente una sensación de hastío me recorre mientras bebo un buen trago de vino de la copa. Comienzo a cortar jamón, pensando en lo qué le diré a Manuel cuando le llame para cubrir las expectativas de mi prima. Bebo el vino cual cura de comarca serrana habiendo consagrado cinco misas a sus espaldas. Mientras tanto no dejo de pensar en la sonrisa que me rechaza día tras día, y conforme acrecienta el estado etílico, mayor es la dulzura que interpreto en sus gestos, casi mudos, cada vez que le hago un comentario. Pienso en decirle mañana que es una alegría verla sonreír, que consigue hacerme resurgir de la nada cada vez que sus grandes ojos marrones me miran, que su tono de voz amansa mi ansiedad cuando trabajo, levanto el pie del acelerador y pienso en que no acabe de decir lo que tiene que transmitirme, como gasolina, para terminar la jornada laboral.
En ese sueño con quien ocupa mi mente en los ratos de irracionalidad y ebriedad alcohólica, suena de nuevo el teléfono, es Manuel.
-¿Manuel?, dime, ¿qué tal estás?. Había pensado en llamarte para saber por donde andas, ¡tenemos una cena pendiente tu y yo!- decía esto intentando desmarcarme de lo que seguro ya le había adelantado mi prima.
-si, bueno, pues bien, aterricé en España hace un par de días. Tenía pensado llamarte.
La voz con la que me hablaba parecía que quería salir de su garganta y confesarse de que Él también había visto revistas de desnudos con doce años. Menudo tembleque de tono tenía.
-Genial, a ver cuando haces hueco en tu agenda, que tengo un sitio nuevo que enseñarte para comer ese maravilloso lomo de buey que tanto te gusta.
-Bien, Jaime, bien. Te llamo en estos días.
-Por cierto Manuel, ¿Dónde te alojas en Madrid esta semana?. Me han dicho que han abierto unos cuantos hoteles los Roeis Meteos para blanquear “pasta”, pero que están muy bien, muy “cool”.
-este… estoy en el “Urban”, cerca del Congreso.
-ahm, bien, buena escolta en la puerta… lo conozco, aunque las habitaciones, con tanto modernismo minimalista… casi, por no tener, no tienen ni cama…
-Bueno Jaime, tengo que dejarte, ayy!, si, bueno, tengo que, joderrr!, dejarte!. Discúlpame, estaba intentando abrir una cerveza mientras hablaba contigo y me corte un dedo.
-si,si… tranquilo Manuel, lo entiendo, es lo más normal… ¡hablamos!, ¿ok?. Un abrazo fuerte, y recuerdos a mi prima, que seguro que hablas más con ella que yo…
-Ok, gracias Jaime, si, algo hablamos tu prima y yo, se los doy… un abrazo para ti.

            No hubo conversación más fría que la mantenida con éste tipo, cuya voz sonaba como si una cortadora de césped le ascendiera por los pantalones.
La botella traspasaba su líquido finamente por las paredes de la copa, a expensas de ser adquirido por un paladar ávido de sosiego, adormecido por la penumbra del deseo no cumplido, entristecido por la soledad del ruido no deseado: llámese llanto en la ducha, llámese lamento en el ascensor… pero siempre, en silencio, y a oscuras, como una copla de principios del veinte. Es el problema de doblar las campanas con cuarenta recién cumplidos, parece que has vivido todo lo que debías…

            En esta reflexión, suena de nuevo el teléfono, y es mi prima la emisora:
-¿Has hablado con Manuel?, ya se que me dijiste que no me llamarías si no tenías noticias, pero estoy tan excitada por verlo que quería compartirlo contigo.
-bueno, acabo, aunque no te lo creas, de hablar con Él. Efectivamente, acaba de llegar a Madrid y está muy cansado. Ha quedado a cenar con unos empresarios en el hotel Urban, pero no era claro que se alojara allí. Mejor que te pilles un hotel y mañana quedes con Él más tranquilamente.
-No, no. Esta noche nos vemos, ¡y gemimos lo que no lo hicimos en estos meses!. ¿Has dicho el Urban?, hummm, siempre se quedaba por la Latina, decía que le gustaba el ambiente castizo. Ya sabes, los ricos con ganas de sentirse pobres mientras beben…
-ya, si, en fin… bueno prima, hablamos. Ya me cuentas tu éxito en Madrid. Muchos besos y cuidado con el coche.
-vale primoooo, ¡¡¡voy súper emocionada!!!.

            Después de hablar con ella tan alegre, tan dichosa por ver a su amor, sólo me quedaba la opción de llamarlo y pedirle que se desprendiera de su plan de aquella noche, sino quería enfrentarse al mayor mal que su alma podía asumir, o seguir follándose a la que tenía entre las piernas. En fin, son caminos elegidos por cada uno.

A veces te apetece cruzar las vías del tren justo antes de pasar el AVE y otras eres cauto y mides los tiempos hasta que te sientes seguro de cruzar.
En cualquier caso, todos estamos disponibles, y debemos estar preparados para dar un salto o para dar un paso, de motus propio u obligados, hacia el camino que menos esperamos pisar. Unos viven el preciado presente y otros lo odian, otros viven el deseado futuro y unos odian el odiado futuro. En cualquier caso, nadie se olvida de regalar rosas blancas cuando debe, igual que nunca un cojo olvida sus muletas.

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