“Todo esto fuera bien escusado, respondió Don Quijote, si a mí
se me acordara de hacer una redoma del bálsamo de Fierabrás, que con sólo una
gota se ahorraran tiempo y medicinas. ¿Qué redoma y qué bálsamo es ese? dijo
Sancho Panza. De un bálsamo, respondió Don Quijote, de quien tengo la receta en
la memoria, con el cual no hay que tener temor a la muerte, ni hay que pensar
morir de ferida alguna[…].Luego me darás a beber solos dos tragos del bálsamo
que he dicho, y verásme quedar más sano que una manzana”. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Capítulo X.
Durante
estas vacaciones he tenido oportunidad de debatir con diferentes amigos, y en
diferentes escenarios, acerca del mayor problema que sufre la humanidad. No ha
sido ni el hambre, ni las enfermedades, ni la crisis económica, sino algo que
explica de base los problemas secundarios de nuestra civilización, el amor.
El principio de cada una de las tres conversaciones mantenidas
en este mes ha sido que nuestra generación está experimentando un estado de transición en el que este
elemento vital está sufriendo un cambio conceptual considerable al someterlo a
continuos análisis en lugar de configurar una parte innata de nuestro ser del
que no cupiese el más mínimo atisbo de raciocinio para vivirlo.
Teniendo en
cuenta el intervalo de edad entre los veinte y los cuarenta años de los
interlocutores, es obvio que ciertas experiencias de cómo se ha manifestado y
vivido el amor en cada una de nuestras vidas permitían el inicio del análisis
desde una perspectiva más o menos objetiva, sin entrar en detalles de si el
resultado final constituyó una suma o una resta en nuestro desarrollo personal.
En todos los casos la expresión final era que nos hacemos más exigentes para
con la persona que a de venir a inundarnos de aquel anhelo inicial de pureza
que constituyó “el primer amor”. Naturalmente, si empezamos la disertación con
condicionantes difícilmente se podrá llegar a conseguir el objetivo fijado.
Quizás la perspectiva planteada sea errónea y el intervalo entre la decepción
con lo pasado y el futuro incierto se alargue durante años por estigmatizar el
sentimiento con la razón, cuando no deberían, ni por asomo, rozarse las puntas
de los dedos. Realmente cuando nos definimos exigentes, “con quien tenga que
venir”, lo que estamos manifestando es una autoexigencia. Es decir, somos
nosotros los exigentes con nuestra propia persona y dicha exigencia no responde
sino a un sentimiento de inseguridad sobre nosotros mismos hacia la sociedad.
Esta inseguridad puede plasmarse bien encerrándonos y viviendo autárquicamente,
o explorando múltiples relaciones efímeras que tampoco permiten cubrir el vacío
que uno siente al ver transcurrir su vida sin sentir aquello que nuestro ser
reserva para compartir en la intimidad del duplo constituido por dos sujetos.
Desde la
perspectiva racional, disonante con lo expresado anteriormente, la soledad será
un cauce más que un destino. El no “intentar”, sino “esperar”, no es una vía
muy factible para paliar el quejío
enmudecido que muchos de nosotros poseemos. Pensemos que la oportunidad es
singular, la oportunidad es la propia vida, el resto son opciones que hay que
ir escogiendo, acertando y equivocándonos, pero el miedo a errar no debe nunca
paralizarnos. Quien no se equivoca de vez en cuando es que no está aprovechando
sus opciones. Al igual que escoger una opción no significa que haya que
perpetuarla. La búsqueda puede ser infinita, tan duradera como nuestra propia
existencia, y no existe una edad concreta para alcanzar el objetivo.
Dentro de este contexto, el planteamiento moral de esta
búsqueda es lo más controvertido del debate. Buscando fotogramas de cine me
encuentro con la siguiente foto:
Este
caso particular lo estuvimos tratando una noche. Al hilo de la conversación
inicial se postulaba la inconveniencia de que un hombre terminase dejando a su
mujer por enamorarse de su hija adoptiva. Bien, dejando de lado el obtuso
paralelismo con parafilias y la celebridad que ostenta el protagonista de esta
foto, pensemos en lo siguiente. ¿Qué estas dispuesto ha hacer por amor?, ¿qué
puedes aguantar en tu relación o en tu vida por miedo a estar sólo, y
acompañado a la vez, pero no enamorado? Entro de nuevo en la oportunidad. La vida es una, no vas a
vivir otra, por lo que tomar decisiones aupadas por el corazón no debería ser
tan descabellado como mantener opciones guiadas solamente por la razón. Esto
último sería vender nuestra vida. El ejemplo reflejado tiene el sustento de que
los años han hecho perdurar esta opción. De los millones de personas que
habitamos este mundo, situaciones tan arriesgadas, y a mi parecer, valientes y
acertadas, se suceden de continuo, aunque no tienen, ni deben, tener
trascendencia mediática. Y sin embargo, la inoperancia a desarrollarnos en
tales encuadres arriesgados, nos mantienen con esta búsqueda ficticia que el
tiempo transporta al conformismo.
La pasividad a hacer algo que quieres, que te impulsa el corazón, pero que te frena la razón
conlleva a la frustración, de manera mucho más fuerte que la sentida por la
decepción de una opción truncada. Y sin embargo todos queremos calmar esa
inquietud por sentir, buscando un halo mágico, como el bálsamo de fierabrás que
todo lo cura, esperando a que nuestra puerta vibre y se abra con un “aquí
estoy, soy yo”. Al igual que el hambre nos podría impulsar a asaltar un banco,
la necesidad de vivir, y no sólo limitándolo a respirar, requiere de aprovechar
esa oportunidad que se nos ha dado, tenemos la obligación de vivir, ya que se
nos ha ofrecido a cada uno de los presentes. Por responsabilidad moral,
principalmente, hay que vivir.
Cuando
hablamos del amor, normalmente nos ceñimos al romanticismo, a las escenas
concretas, a las palabras precisas, a los gestos halagadores, pero nos perdemos
lo trascendental, lo humano, compartir en su plenitud. Aquí vendría bien
ubicada la frase de “No me quieras tanto, quiéreme mejor”. El error que
cometemos comúnmente viene descrito implícitamente en esta frase. Nos limitamos
a menospreciar lo trascendental ciñéndonos a lo meramente significativo. Pero
errar, nuevamente, es uno de los dos posibles resultados de este gesto, y debe
siempre darnos cátedra para que a futuros podamos subsanarlo y obtener el
acierto, que es otro resultado y además, siempre, el esperado.
Quizás
el discurso que hace tanto hincapié en el amor como principal sustento vital
pueda parecer sesgado por un estado particular. Nada más lejos de mi intención.
Otro día hablamos del por qué existimos. Pero viene a colación con otra de las
conversaciones mantenida con una buena amiga sobre filosofía en el que nos
planteábamos, dentro de los trascendentales humanos ¿cuál era nuestro
trascendental?, ¿qué impulsa mi vida a vivirla? Lo lógico es que los
trascendentales humanos viajen de la mano (el ser, la verdad, el bien y la belleza). Mi amiga Anabel me enseñaba un artículo de un filósofo
amigo suyo que desgranaba los trascendentales y mencionaba uno que fue el que
me identificó y el origen de parte de este texto. El trascendental humano de la
donación/aceptación. No recuerdo el
nombre del autor, pero pude fotografiar parte del texto que a continuación os
expongo:
“Lo que toca a la dupla
donación/aceptación como trascendental humano es hacernos conscientes de que
contamos con algo más que interioridad: poseemos intimidad; que no únicamente
manifestamos en la acción, sino que incluso la destinamos, la donamos. La
donación es dual con la aceptación: una no se entiende sin la otra. Donar y
aceptar van mucho más allá de manifestar y recibir. Podemos recibir a
cualquiera y mostrarnos casi hacia cualquiera. La donación/aceptación como
trascendental humano configura la entrega y dan pie a lo que culturalmente
llamamos amor. Al amar, la donación se vuelve tan radical que se trunca si no
hay aceptación. En la donación va el ser que somos, la intimidad que poseemos y
disponemos; y en su correspondiente aceptar, abrimos la persona propia para
fundir nuestra intimidad con la del otro. En la donación no medimos qué hacemos
del otro y qué dejamos fuera, no calibramos si el otro está a la altura de
nuestra recepción o si no somos convenientes para que nos reciban. Ambas están
en otro nivel, por eso son un trascendental humano. ante alguien que se dona no
cabe sino la aceptación completa, no hacia lo que es, sino hacia quien es, con
lo que es y le rodea, con el todo que le hace existir. Algo que sólo las
personas pueden experimentar como uno de los más nobles y prefectos actos de
los que es capaz la voluntad humana.”
Si tienes esta
herida aún abierta, sea cual sea tu actual circunstancia, no busques que la
magia lo cure, tú eres pura magia, tú tienes la oportunidad, explora todas las
opciones, equivócate hasta acertar, nadie vivirá por ti, por tanto, para
acertar vive.