El verano se presentaba incierto,
acababa de terminar las pruebas de acceso a la Universidad y me
esperaban 3 meses por delante en casa de mis padres. Ellos estaban tan
exultantes con mis perspectivas de
estudio de Ingeniería que organizaron una fiesta, con sus amigos, y algunos
familiares.
Aquella noche anduve deambulando
entre la gente, recibiendo agasajos y felicitaciones, algo perdido, como si la
fiesta no fuese conmigo. Pensaba en aquella chica que había conocido en el
colegio de Londres donde estudié. Empecé a recordar a Cristina despidiéndose de
mí y diciéndome que sus padres la enviaban a los Estados Unidos a estudiar
Publicidad y que posiblemente no volveríamos a vernos. Que lo vivido en este
último año no tendría sentido continuarlo, que llevaríamos vidas muy diferentes
y distanciadas. Era el primer amor y desamor de mi vida y esa sensación de
abandono me tenía fuera de mí.
Fui a la piscina a fumarme un pitillo y
tomarme un gin-tonic a solas cuando escuché su voz. En la oscuridad sólo veía
el vaivén de su vestido acercarse a mí. -¿Me das fuego?-. Me levanté he incliné
el mechero sobre su cigarrillo. La llama iluminó levemente su rostro, pude ver
su cabello rubio ondulado cubrirle la cara y el humo deslizarse por su pelo.
-Te veo aburrido en tu fiesta-
espetó. Me que dé callado, mirando al suelo, fumando mi cigarrillo. –No
entiendo este tipo de eventos, si hubiese sido una fiesta para mí habría
invitado a mis amigos, pero mis padres siempre gustan de colgarse honores para
lucirse frente a los demás-.
-Ya sabes como es la gente de
este barrio, quieren aparentar siempre la casa más lujosa, el coche más caro…-,
-Y el hijo más listo- le interrumpí.
-Acábate la copa y me llevas a
casa- me dijo- mi marido está coqueteando con la mujer del piloto e imagino que
me pondrá alguna excusa para quedarse cuando le diga que nos vayamos-.
Me quedé un poco sorprendido con
la orden que me había dado, pero tampoco vacilé en dar un buen sorbo y cogerla
del brazo para llevarla por la puerta del jardín hasta el coche. Me miró
sorprendida con la decisión con la que la cogía, al ver que yo la había
sustituido en su papel dominante de la escena. Entró en el coche y observé sus
piernas, delgadas, estilizadas. Llevaba un vestido blanco muy fino,
transparente, de cuerpo entero. En la parte de arriba la tela se cruzaba
dejando a la vista un suntuoso escote.
En el trayecto no me dirigió ni
una sola palabra, fumaba continuamente, como exasperada y nerviosa, el aire que
entraba por la ventanilla permitía liberar su rostro del pelo. Era muy
atractiva, delgada, los pómulos marcados, grandes pestañas, ojos azules y nariz
afilada. La observaba de reojo mientras conducía. De vez en cuando ella abría
el bolso y miraba el teléfono, esperando alguna señal, imagino que de su marido
preguntándole que donde estaba, pero al instante lo guardaba de nuevo, con
fiereza, y su enojo parecía acrecentarse pues cerraba el bolso con brusquedad y
resoplaba.
Al
llegar a la altura de su casa aparqué sin parar el motor esperando a que se
bajara. Abrió la puerta y salió sin decirme nada cerrando la puerta con fuerza.
Dio 4 pasos y se quedó parada. Yo la observaba, dejó los brazos caídos, en una
mano el cigarrillo y en la otra el bolso sostenido con desdén. Se giró y vino
de nuevo al coche. Se asomó por la ventanilla: -¿Quieres una copa?-. Me quedé
mirándola a la cara. Ella esperaba mi respuesta mirando a su lado derecho, con
prisa y desgana. Yo no sabía que contestar, pero algo me impulsó a parar el
motor y salir del coche. Fui detrás de ella hasta la puerta de la casa.
Caminaba muy sensual, cruzando los pies al caminar lo que hacía que su ligero
vestido bailase insinuantemente con la ligera brisa nocturna que corría. Abrió
la puerta y tiró las llaves al suelo. Yo me acomodé en el sofá del salón, sentado,
con las rodillas juntas, las manos entrelazadas, mirando al suelo y haciendo un
juego de apoyo talón empeine con los pies. Creo que fue el momento en el que
estuve más nervioso desde que me encontré con aquella mujer.
Regresó junto a mí con dos vasos
con hielo, abrió una botella de vodka y sirvió en ambos. El suyo se lo bebió de
un trago, sin esperar a que el hielo enfriase aquella áspera bebida que a mí me
provocó una mueca de desagrado al mojar mis labios. Me acarició el pelo y me
hizo un gesto con la mano para que la acompañara. La seguí obnubilado.
Mientras ascendíamos por las
escaleras hasta la planta superior su contoneo se acentuó, yo miraba sus
caderas sin ser consciente de que el broche que cerraba el vestido desde la
parte superior había sido abierto y que el vestido se estaba deslizando por su
cuerpo hasta que en el último escalón quedó postrado. Me detuve sorprendido.
Ella seguía caminando en ropa interior hasta el dormitorio, mientras yo me
quedaba en las escaleras ensimismado en aquel vestido tirado. Tragué saliva y
me dirigí hasta la estancia en la que ella me estaría esperando. Había una
pequeña luz iluminando tenuemente la habitación y me quedé plantado en el
quicio de la puerta. Ella estaba sentada en un pequeño sillón de piel blanco, apoyando
una pierna en la cama para ayudarse a desprenderse de las medias blancas que
cubrían sus piernas. Se deshizo de aquel trozo de seda despacio, suavemente,
mirándome a la cara. -¿Te vas a quedar ahí mirando?, quítate la ropa- volvía a
ordenarme. En un lapso de tiempo me quedé sin capacidad para reaccionar, no
sabía si salir corriendo o seguir sus instrucciones. Comencé a desabrocharme la
camisa torpemente mientras ella se tumbaba en la cama. Pude contemplarla
tendida y en ningún momento podía pensar que aquella mujer tuviese cuarenta y
cinco años.
Me despojé de la camisa y busqué
un sitio donde ponerla, entonces ella se acomodó y sentada en la cama me hizo
un gesto con el dedo para que fuese hacia ella. Me acerqué, me quitó la camisa
de la mano y con la misma lentitud con la que ella se había desprendido de su
ropa me desabrochó el pantalón y lo dejó caer hasta el suelo. Instintivamente
posicioné mis manos en la parte delantera del calzoncillo, pálido, nervioso,
como el reo que sabe cuál el próximo acto al sentarse en la silla eléctrica.
Ella me miró, esbozó una ligera sonrisa y se desabrochó el sostén. Mi mirada
quedó clavada instantáneamente en la suntuosidad de sus pechos, mi perplejidad
permitió que mis calzoncillos fuesen desmontados en un segundo por sus manos.
De repente sentí la calidez de su
boca y dos gotas de sudor resbalaban por mis sienes, un cosquilleo ascendía
desde mi vientre hasta mi garganta y no transcurrió más de un minuto cuando me
encontré desprendido de una parte de mí.
Eché bruscamente un paso atrás y
salí corriendo de la habitación. Bajé las escaleras de tres en tres, con el
corazón palpitando revolucionadamente y un nudo en la garganta. Fui a la
cocina, metí la cabeza debajo del grifo y me empapé en agua. Vi cigarrillos y
me encendí uno. Salí hacia el salón, cabizbajo, fumando largas caladas y
mirando a mí alrededor sin saber que hacer. Me acerqué a la chimenea, junto a
ella discurría un anaquel que albergaba fotografías. Aparecía esta mujer junto
a un hombre y una niña pequeña en un yate, ella sola en la playa con un
sombrero de paja, un hombre con una niña en un jardín. Parecía una sucesión
cronológica de su vida y apreciaba que la niña se iba haciendo mayor en cada
foto hasta que mis ojos se postraron en una instantánea que me era familiar. La
niña rondaría los diecisiete años, cabellos largos y rubios, ojos marrones,
piel morena. Estaba en la piscina posando con un bikini azul y unas gafas de
sol de pasta blanca y cristales negros, expresando una dentadura perfecta en su
sonrisa blanquecina. Cogí el retrato y anduve por el salón observándolo
incrédulamente, sorprendido de quien era esa muchacha y sintiendo un gran fuego
en mi interior al descubrir a Cristina en aquella fotografía. Una lágrima cayó
en el cristal y la ceniza la acompañó embarrizando su rostro.
Dejé el retrato
en una mesa compungido y miré al frente. A la derecha estaba la puerta de
acceso a la casa y a la izquierda las escaleras que llevaban a la planta de
arriba. No me hubiera importado salir corriendo desnudo hasta el coche, pero
giré a la izquierda…
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